Democracia: orígenes y desarrollo hasta la actualidad, por Miguel Navarro


El presente escrito tiene como finalidad realizar un análisis con profundidad sobre el concepto democracia y dilucidar si es posible enseñar o educar a través de una disposición democrática tratando de generar un civismo democrático en la sociedad o no. Para ello, nos trasladaremos al estudio de su concepto y su desarrollo en la Grecia Antigua para atender a las raíces de esta práctica política y, posteriormente, trabajaremos el concepto democracia en la modernidad para, finalmente, combinarla con una sugerencia de disposición educativa junto a la reflexión de si se puede enseñar o no democracia.

La democracia en sus orígenes: Grecia Antigua

Para rastrear el origen de la palabra democracia debemos rebobinar en la historia y llegar a la época de la Antigua Grecia. Esta civilización desarrolló el concepto, la idea y la práctica política de lo que se denominó, en su día, democracia. Sin embargo, poco tiene que ver en términos generales la democracia como idea y como práctica política que se desarrolló en esta antigua civilización, al concepto y práctica actual de lo que hoy entendemos como democracia. Eso sí: algunos tintes quedan como remanentes de la vieja democracia en la actual. Para comenzar debemos señalar la etimología de la palabra democracia. Democracia es una palabra compuesta que proviene de demos- y -cracia, que, traducida del griego antiguo directamente sería algo así como “el poder del pueblo”. Se trata de un régimen político en el que es el pueblo, un conjunto social ubicado en un lugar, quien ejerce el poder y quien determina mediante mayorías las resoluciones a las problemáticas sociales de la vida en comunidad. La raíz de la palabra democracia, demos-, designa al pueblo, al conjunto de una población, y, en el caso concreto de la civilización griega, a la población libre de una polis, esto es, a los ciudadanos libres que tenían derecho a decidir sobre cuestiones políticas (varones autóctonos [no-extranjeros], mayores de edad y libres [no-esclavos]. Demos hace referencia a un conjunto, a una amalgama y establece una equiparación de derechos (a priori) a la hora de poder participar en la política. Demos sería opuesta en muchos sentidos a Aristós, que se refiere a una élite social y cultural cuyo mayor apologeta será el mismísimo Platón.

La designa de la palabra democracia, -cracia, proviene de cratos. Se trata de una palabra que designa quién ostenta y ejerce el poder. Se trata de una palabra activa que deviene en una práctica: sería el predicado de la oración ya que desenvuelve toda una seria de complejas características derivadas del sujeto que puede ser aristós o demos: las dos tendencias enfrentadas y modelos políticos más desarrollados en esta época (o, por lo menos, de los que mayor información disponemos). Es verdaderamente interesante este enfrentamiento entre aristocracia y democracia producido en esta tan lejana época. Son dos visiones antagónicas del entendimiento de cómo debe funcionar una sociedad. Por un lado, la democracia garantiza que todos los ciudadanos libres puedan participar, presentar sus ideas y ejercer política con igualdad. De hecho, en la Grecia Antigua era concebido como un deber moral participar en la política y manifestar la opinión libremente, para que todas las ideas quedaran reflejadas y expresadas públicamente y que muchísimos puntos de vista pudieran tenerse en consideración a la hora de tomar decisiones. Un idiota, idiotés en griego antiguo, significaba alguien que no cumplía con su deber con la ciudadanía de aportar su criterio político y se despreocupaba por completo de los asuntos públicos. Los que adoptaban estas actitudes eran reprobados e insultados con la palabra idiota ya que no cumplían con su deber de ser útiles para la comunidad aportando la propia opinión y el propio criterio. La expresión pública acerca de los asuntos comunes y el enriquecimiento mediante el contraste de diferentes puntos de vista era casi una obligación. Lo único que podía ser censurado era la manifestación de un exceso hybris, lo desmesurado, desmedido, desfigurado, que no atendía a la moderación ni a la prudencia. El exceso de hybris era considerado como falta de madurez y como una acción no meditada exagerada, como una disonancia dentro de la armonía del cosmos social. Exponer criterios extremos y exacerbados era considerado como un exceso de hybris, eran mal concebidos por la opinión pública ya que era una ceguera, una cerrazón, sin el debido sosiego y dogmatizado en un punto parcial que no tenía en consideración el respeto por las acciones justas, moderadas y sosegadas. 

La Acrópolis, símbolo de Atenas y cuna de la democracia

Por otro lado, la aristocracia parte del presupuesto de que del populacho poco se puede extraer. Parte de la idea de que el pueblo no es virtuoso y no está capacitado para adoptar las mejores decisiones políticas para dirigir con buen sentido la vida en común. La aristocracia entiende que sean los pocos sabios, virtuosos y con supuestamente buen criterio quienes ostenten el poder y el control, ya que se cree que ellos están verdaderamente capacitados para poder elegir con buen criterio sobre lo más importante que es lo que afecta a todos, esto es, los asuntos políticos (públicos). La aristocracia entiende que desde la deliberación y el contraste privado, de unos pocos, se deba gobernar con una supuesta justicia y con un supuesto buen-hacer que tienen aquellos que son considerados como sabios y/o virtuosos: se trata de un elitismo social. Aristós significa virtud y cracia poder: el poder en manos de los virtuosos. Es curioso ver que de la misma raíz y su evolución cultural cristalizadas en las lenguas, de la palabra -demos también surge demonio y es que efectivamente el platonismo cultural demonizó la tendencia democrática por no atender a la virtud, a los virtuosos, a la aristós. Dos filosofías tan enfrentadas como la de Nietzsche o la de Platón coinciden en la reivindicación social, política, educativa, etc de la aristós, de la moral de señores y el poder ejercido a través de los que poseen esta moral. 

La democracia griega no era tan representativa sino más bien participativa. Se basaba principalmente en el contraste y en la consideración de la escala de grises que completan el pensamiento humano. Todas las opiniones tenían, a priori, el mismo valor y debían ser las mayorías quienes decidieran qué se consideraba que era lo mejor (qué era lo más provechoso, el máximo bien común) para la comunidad. Obviamente se generaban corrientes de opinión mayoritarias y minoritarias y el juego democrático hacía hincapié en los matices. En un espacio de libertad se celebraban debates pero los más críticos con la democracia afirmaban que no era más que un teatro de retórica en el que únicamente se buscaba embaucar mediante palabras bellas para llevar al propio terreno, sin atender a la veracidad o al buen sentido común de las propuestas. Ello contrasta empero, con la idea de verdad griega, bien examinada por Heidegger, cuyo concepto es el de aletheia. Aletheia hace referencia a aquello que se muestra como certero, lo que desde la razón hasta al pathos o desde el pathos hasta la razón se afirma como verdadero y se aprehendía como un desvelamiento parcial (que no total) de las entrañas que componen la complejidad del universo humano. La verdad era principalmente expuesta oralmente y componía un cosmos que giraba alrededor de un afectar, de un ser-estar humano concreto y una vibrante y profunda captación de la lógica interna (y desarrollo) de cualquier asunto intelectual. La oralidad constante pero sosegada era principal en la sociedad griega y la idea de que únicamente lo que pasaba dentro del hogar era considerado como privado mostraba un cosmos lógico con la idea del habitar humano, que por biología y por lógica con el propio ser humano entiende que la vida humana está en consonancia y únicamente puede sobrevivir en comunidad. 

Podemos percibir, entonces, en esta vieja democracia griega que la imposición, el autoritarismo o los gobiernos de unos pocos eran opuestos a la práctica en la que es el pueblo, son los muchos, es la mayoría quien decide su destino aunque decida mal. Se consideró más justo que la política, lo que afecta al conjunto, fuera decidido por la elección de la mayoría pero siempre mediante la proyección y consideración de la diferencia, de los diferentes puntos de vista y tendencias que componen la escala de grises del pensamiento humano; siempre junto al debate, junto a la verdad contrastada y compartida. 

El problema del gran dogma

Uno de los rasgos fundamentales de la sociedad griega era su esencia politeísta. En la libertad de culto radicaba su tendencia a la libertad personal y en la no imposición de una verdad como única en el ámbito más cercano a la piel y al pathos que era precisamente en el sentido religioso. Desde un culto personal y un sentido religioso amplio cada cual podía dirigir su vida en torno a unos ideales que podían ser cambiantes, ya que el politeísmo lo que ofrecía efectivamente era un espacio para la diversidad dentro de una teogonía común, unos mitos, derivados de una historia compartida, y un habitar en un determinado conjunto social localizado en un lugar concreto. Sin embargo, el platonismo más cerrado será la base de lo que denominará Nietzsche "la gran mentira de la historia de Occidente": la idea de un dios singular que dispone de una verdad única y que sanciona la herejía condenando la heterodoxia. Se genera un autoritarismo cerrado en el ámbito religioso que irá acompañado de unas monarquías que irán tendiendo, de a pocos, al poder absoluto. La escena policoral de pensamiento coloreada con diferentes melodías o discursos ya no se reduce a unas supuestas melodías mejores y más afinadas (esto sería un símil con la aristocracia) sino que se encamina hacia una verdad única, hacia un dogma universal tejido por hermeneutas y supuestos únicos conocedores de esa verdad llamados sacerdotes, que domestican mediante diferentes técnicas la conciencia humana y traducen el espacio de la libertad en un mundo invisible cargado de grandes promesas y de un gozo eterno en el más allá. Un curioso ejemplo de esto eran el grupo religioso cristiano de los dominicos que se concebían como “los perros del señor” (o los guardianes de Dios) y es que efectivamente dominicos es, en latín, los domini (señor) canes (perros). 

Lo múltiple se unifica, se adoctrina sobre esa idea omnipotente y permanente y la mente humana se acostumbra a una única verdad acotada de la que no debe salir. Se reduce al mínimo la capacidad intelectual de contraste: una única supuesta luz que quizá realmente fue una gran sombra en la conciencia universal. El pensamiento crítico se reduce a la nada y las reglas fijas generan lo estático que únicamente podía desfogarse mediante la brutalidad y la guerra entre señores feudales: en esto se podría reducir muy someramente la Edad Media atendiendo a la temática de nuestro escrito. La democracia, por tanto, no cabe en este contexto ya que al demos- se le ha suprimido su libre patrimonio intelectual y su libre construcción mediante diferentes perspectivas. Por lo tanto, podemos hablar sin tapujos de una época completamente anti-democrática que priorizaba la verdad a la fuerza castigando inquisitorialmente todo aquello que pudiera ser considerado ajeno a la verdad de Dios.

La idea de modernidad y la construcción del individuo: Asoma una nueva idea de democracia

Es efectivamente desde la propia religión donde el gran dogma universal se resquebraja a partir del Humanismo Renacentista. El autoconocimiento a través de las humanidades (historia, filología, filosofía) del pasado de Occidente desvela otras realidades diferentes a las impuestas desde la época medieval. Surge una apertura que obviamente no careció de castigo y persecución. Sin embargo, la re-lectura de la Antigüedad clásica conllevó, sin lugar a dudas, y sin poder volver atrás, el desarrollo de la nueva era moderna. Esta re-lectura generará un relativismo respecto a la verdad única que se transformará en el cisma de Occidente de la Iglesia. Será cada individuo quien interprete la idea de Dios mediante la lectura de la Biblia y, poco a poco, se irá diluyendo el gran dogma cimentado en la Edad Media. Nuevos dogmas van asomando en esta modernidad temprana a saber: el Estado, la ciencia y el capital. Se van poco a poco estableciendo como verdades irrefutables que irán asumiendo el espacio que va perdiendo la idea de Dios. Se van configurando como las únicas grandes sistemáticas de verdad. Unas nuevas verdades que, conforme avance la historia, cada vez serán más difíciles de criticar, como todo buen dogma. 

Galileo Galilei (1564 - 1642), se le considera ejemplo del cisma entre religión y la incipiente ciencia moderna

El individuo, solo ante un océano de dudas, lleva siglos acostumbrado a la heteronomía y demanda de una forma desgarradora de nuevos dogmas a los que aferrarse para escapar al sinsentido, sin voluntad de recuperar la noción de aletheia, sin voluntad de enfrentarse a la nada existencialista que nos recomendarán grandes intelectuales de los siglos XIX y XX. La democracia se establece en la modernidad poco a poco como una apertura al diálogo. La coyuntura en la que se generan nuevas distribuciones de la riqueza hace que intervengan más agentes en la construcción del capitalismo, de la nueva ciencia y de los Estados modernos. En este período la música se abre a nuevas esferas de color, de policoralidad: el espacio a la libertad del individuo se enfrenta a la orquesta en un duelo de maestría. El constante relativismo va concediendo poco a poco el espacio para que grandes genios, notorios individuos propongan utopías diferentes, esto es, alternativas a una sociedad única y centralizada: nuevos discursos, nuevas melodías y de ahí viene lo nuevo, así se ejecuta la modernidad. Políticamente los Estados se aferran en esta época a las monarquías absolutas, siendo la última esperanza del mantenimiento del orden dentro del supuesto kaos que produce la policoralidad. Esto no es más que el miedo a la libertad que supone la diversidad, el contraste y la discrepancia en la plaza pública. La conciencia sigue asociando lo bueno a lo único y la idea de individuo requiere, en este tiempo, de un aparato represor con legitimidad vía leyes llamado Estado. El capitalismo se establecerá como un sistema económico irrefutable desligando la producción de las necesidades humanas o del impacto global. La ciencia tenderá hacia la micro-especialización fomentando una verdad diminuta, cada vez menos dialogada y contrastada con otras ópticas y deshumanizándose cada vez más con criterios de supuesta objetividad aplicados al mundo inter-subjetivo.

La necesidad de nuevos ídolos: el autoritarismo 

Esta explosión de libertad en un mundo en constante crecimiento y capaz de relativizar con cualquier verdad, se encapsula en una exacerbación del miedo a lo diverso tejiendo un terror cada vez más enfermizo por la pérdida de lo estático. Ello se desenvuelve en el surgimiento y establecimiento de los autoritarismos del siglo XX que extraen toda esa ansia acumulada que ha generado el Dios ha muerto, la democracia diversa y la constante relativización de toda verdad en un proceso de constante demolición de dogmas. Se buscan desesperadamente líderes que enderecen con un absoluto autoritarismo los problemas sociales que genera el devenir en cambio continuo y el contraste de ideologías. 

El coto se reduce, la tendencia hacia la única dirección se impone y la violencia se desencadena de una manera atroz: la conciencia no es capaz de sosegarse en la moderación, la conciencia quiere imponer una verdad a toda costa, que tranquilice el sentir social configurando un alivio que no es mas que una heteronomía total. Se delega por completo en el dictador y la diferencia se reprime, se silencia, se marchita. Se dinamita el espacio de diversos colores, se uniformiza (como se hizo con la idea de Dios) la conciencia humana: el ser humano además desligado de una forma de vida comunitaria no puede dejar que el individuo se manifieste sin control, de hecho, el control y la extremada planificación se torna como la mayor enfermedad de lo contemporáneo. Se establece una única voz y el orden extremo pacifica al ser humano como un supuesto barco estable que lleva a buen puerto. Los líderes son representados como los salvadores del pueblo denostando todo principio de apertura a la diferencia, hacia lo policoral, hacia lo democrático. De hecho, en ocasiones ha sido el mismo pueblo quien ha votado una única solución impositiva dictatorial frente al exilio y el silencio de la autonomía del libre pensador. La dictadura se trata del régimen político que desarrolla en su totalidad un único dogma: no hay nada más opuesto a la democracia. Se trata de la perspectiva única. El dogma es imposible de criticar ya que se impone como regla la total censura de la heterodoxia. El dogma con autoritarismo deriva en el régimen dictatorial: una única verdad impuesta, nada más. 

La crisis de las democracias liberales decimonónicas conllevaron el surgimiento de autoritarismos como el régimen nazi en Alemania

Esta tendencia de pensamiento anti-democrático permanece, por desgracia, muy presente y latente a día de hoy. Una vez son (quizá) derrocados en Occidente los totalitarismos se vuelve a girar sobre los ideales democráticos como el antídoto a lo puramente dogmático en un mundo que requiere reconstrucción. Las éticas dialógicas tienen su apogeo y se comienza a decir que es necesario fomentar el pensamiento crítico. Pero no queda más que en una hipocresía ya que los nuevos fantasmas por la carencia de verdadera conciencia democrática salen a relucir y siguen las iniciativas que tienden hacia la imposición del discurso ideológico sin atender a la alteridad, reduciendo el debate y apartando de raíz el germen de la libre expresión sin tenazas. En la práctica no se fomenta el contraste y la libre y sana discrepancia que sea capaz de destruir las verdades únicas.

No se escucha, se tiende a la imposición de la propia verdad y todo el mundo cree que su utopía es la verdadera, es la mejor, sin atender a que no hay una única utopía sino millones y que la única manera de habitar el planeta con cierta armonía es no generando gresca gratuita sino aceptando con sosiego la diferencia, saber argumentar y contrastar generando debates democráticos, ya que el único dogma de la democracia es la tremenda obviedad de que el planeta es compartido y que no vivimos en parcelas alienadas y alejadas del resto del mundo sino en un campo inmenso lleno de flores de colores diversos que, aunque muchas de ellas son flores con colores incompatibles, deben compartir el mismo sol, el mismo suelo y el mismo agua. La pervivencia de la diferencia hará crecer un campo bello lleno de contrastes de flores con capullos abiertos al mundo, desde su colorida genética y sin caer en la imposición de un mundo en blanco y negro. 

Educación y democracia 

Tras este necesario repaso histórico al concepto de democracia deberemos, al menos, proponer filosóficamente alguna manera efectiva de proporcionar una educación democrática a las nuevas generaciones que genere un verdadero espíritu democrático desarrollando un civismo respetuoso que sabe apreciar, valorar y convivir en la igualdad de todos los individuos como tal y en la diferencia de cada individuo en particular. Un concepto clave que necesariamente va asociado a una democracia sana y abierta es la comprensión del concepto utopía. Cada utopía es un color diferente y los colores poseen matices infinitos. Un mundo en el que quepan todas las utopías excepto las autoritarias/ultradogmáticas/dictatoriales es un mundo enorme en el que caben todos sus individuos sin discriminar más que a aquellos que no asimilan la idea de que el mundo no es un coto privado sino un espacio cambiante en el que no sobra nadie que quiera verdaderamente convivir aportando su granito de arena y su perspectiva al mundo global. 

Las ansias de poder y/o la no aceptación de las reglas democráticas en el que las preferencias de la mayoría no se acatan derivan a regímenes con democracias profundamente trastornadas. De hecho, los sistemas de democracia representativa no fomentan la renovación constante sino más bien el estancamiento social en la mera elección de aquellos que cada uno cree que representa mejor su forma de ver el mundo. Es triste que muchas veces nos conformamos con optar por el mal menor de entre los mediocres candidatos que se presentan para representar a la ciudadanía. En este entorno, las corrientes de opinión tienden a dogmatizarse y, al final, cada individuo se encapsula sin crítica a su corriente de pensamiento en el que se ha adscrito sin plantearse nada más allá. Es imprescindible, educar en el no-dogmatismo, saber relativizar y saber transmitir a los futuros adultos que la verdad fuera de las matemáticas estrictas no existe sino que se construye. En este sentido, es imprescindible generar individuos con criterio propio que sepan ser y estar en el mundo, seres autónomos, no sumisos de heteronomías. 

Es imprescindible educar en el profundo respeto a la diferencia y en la escucha activa para no crear individuos con orejeras incapaces de realizar autocrítica o ir más allá de sus propias creencias. Es imprescindible hacer comprender que no existe una única utopía verdadera sino que la única verdad irrefutable fuera de las ciencias estrictas es que vivimos en un mundo compartido y que genera riqueza las decisiones que se han tomado con perspectivas poliédricas teniendo en cuenta los mayores puntos de vista posibles. Es imprescindible que las nuevas generaciones comprendan que no hemos hallado un sistema más abierto que fomente mejor la libertad que la democracia y que es importante respetarla con mesura si es que queremos respetarnos a nosotros mismos que somos irremediablemente alteridad: se puede enseñar democracia siempre y cuando transmitamos con seriedad los valores de respeto hacia uno mismo y, sobre todo, los valores que valoran y que incentivan el saber respetar a los demás.

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