Fragmentos de la Historia: los hermanos Graco y el ocaso de la República romana

Topino-Lebrun, François (1798) La muerte de Cayo Graco


Extensa es la lista de nombres célebres que la antigua Roma nos ha brindado a todos los aficionados de la historia. Desde el tiránico Tarquinio, que pasó a la posteridad como el último rey que gobernó a los romanos como tal, hasta Julio César, estratega de estrategas; Marco Antonio y Cleopatra, protagonistas de una de las mayores tragedias amorosas de la antigüedad, y así podríamos seguir con un largo etcétera. En este caso quiero hablaros de los hermanos Graco, Tiberio y Cayo, los cuales son grandes desconocidos para el público en general, pero que su historia dejaría a series como Juego de Tronos merecedoras de un premio Razzie.

La Roma de los Graco no era ya aquella aldea de la región del Lacio habitada por pastores desorganizados y belicosos. Con el paso de los siglos, lo que otrora fuera no más que un poblado de cabañas se había convertido en el poder hegemónico del Mediterráneo occidental. La sumisión primero de las tribus itálicas y después de los griegos de la Magna Grecia (actual sur de Italia), le había granjeado a la ciudad del Tíber un status de relevancia tanto militar como demográfica en el tablero de juego de las grandes potencias de su tiempo. Pero este ascenso meteórico le provocaría entrar en conflicto con el que sería, a la postre, su mayor adversario. La ciudad de Cartago.

Roma y Cartago se enfrentaron en un total de tres conflictos directos, a los que se le denominaron guerras púnicas, término que hace referencia o es relativo a Cartago y las raíces fenicias de su pueblo. No quiero entrar al asunto de estos conflictos, los cuales podré tratar en un futuro artículo, pero adelantaré al lector que Roma salió victoriosa de todos ellos. La primera guerra dio comienzo en el año 264 a.C, en la que la flota romana doblegó a la cartaginesa, siguiendo con la épica marcha sobre la cordillera de los Alpes de Aníbal Barca y su ejercito en la segunda, en la que Roma estuvo muy cerca de capitular, y por último el asedio y posterior arraso hasta la última piedra de la ciudad de Cartago en 146 a.C. Carthago delenda est*, vociferaba vehementemente un anciano Catón, senador romano, al finalizar cada discurso suyo en el Senado. Dice la leyenda que los legionarios romanos arrojaron ingentes cantidades de sal sobre la destruida Cartago para que allí no volviera a brotar fruto alguno.

Sea como fuere, una vez que los púnicos sucumbieron al poder romano no hubo pueblo en la cuenca del Mediterráneo que se interpusiese en su creciente expansión. Hay que tener en cuenta que el ejercito romano de la época estaba formado por ciudadanos de pleno derecho y propietarios, dato fundamental para entender las reformas agrarias que los Graco quisieron implantar. Las numerosas guerras en las que Roma se involucró durante el siglo II a.C, y mediante las cuales alcanzaron a conquistar muchas tierras, provocaba directamente que cada soldado que participaba en estos conflictos se encontraba fuera de su casa durante varios años, quedando su tierra sin trabajar o, peor aún, en manos de una aristocracia senatorial que empezaba a sacar grandes ingresos de la explotación de estos terrenos conquistados y abandonados mediante el uso continuado de mano esclava. En el siguiente mapa podemos observar en color rojo la extensión de Roma entre los años de influencia de los Graco:


Imagen extraída de Ian Mladjov


El aumento notorio de nuevos territorios bajo poder romano junto la enorme entrada de esclavos traídos de los pueblos conquistados, fueron las principales razones del surgimiento de una élite latifundista en el seno de la curia romana. Los soldados se encontraban a su vuelta de la campaña militar unos campos desatendidos por la ausencia continuada de sus dueños y una competencia en los señores de grandes tierras cultivables, lo que provocó un importante éxodo rural hacia Roma y otras ciudades importantes de la península itálica por parte de muchos ciudadanos romanos, conllevando así a un notable malestar social en la Roma republicana.

Y es en este contexto tan convulso donde aparecen las figuras de Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco. Hijos de Tiberio Graco y Cornelia Escipión, fueron educados en la cultura helenística y en los principios estoicos, de los cuales su icónica madre era adalid. En un tiempo en que las mujeres romanas, a raíz de la pujanza económica de su pueblo, mostraban en público costosas sortijas, diademas y cualquier tipo de bisutería de oro y plata, Cornelia rehusaba este comportamiento ostentoso llegando a convertirse en la matrona romana por antonomasia. Valerio Máximo, escritor romano, recoge una anécdota que define el carácter de Cornelia:  

Se dice que una matrona que estaba hospedada en su casa le mostró sus joyas como si fueran las más bellas de la época, Cornelia, la madre de los Graco, la entretuvo con su charla hasta que sus hijos regresaron de la escuela, y entonces, le dijo “éstas son mis joyas"

Creciendo bajo el cobijo y cuidado de Cornelia, Tiberio y Cayo guardarían numerosas enseñanzas de su madre. El mayor de los hermanos, Tiberio, acabaría destacando en el asedio de Cartago formando parte de las legiones romanas destacadas en territorio púnico. Tal fue su bravura en combate, que Plutarco nos cuenta que fue el primer romano en asaltar las murallas del enemigo, ganando así fama tanto entre la tropa como en la mismísima Roma. 

Tiberio fue espectador de primera mano del gran problema que se estaba generando en la sociedad romana de su época. La expansión de la república era fulgurante, pero a costa de un alto coste en vidas entre sus ciudadanos, que eran por ley los únicos que podían formar parte de las legiones, y que morían o quedaban lisiados en las campañas militares del norte de África, Hispania y Grecia. Los que sobrevivían volvían a casa encontrándose unos pastos sin trabajar y un ganado mal cuidado. Bienes con los que poco o nada podían hacer para competir con la producción llevada a cabo por los aristócratas y su mano de obra esclava proveniente del botín de guerra. El mayor de los Graco, en el 137 a.C, emprendió su viaje hacia Hispania en calidad de cuestor de la república, y es aquí cuando por su paso por Etruria, región que sería la Toscana de nuestra época, observaría los campos de cultivo trabajados por extranjeros y bárbaros, lo que le causa una sorpresa mayúscula.

La tensión social seguía en aumento cuando Tiberio, ya de vuelta de su periplo hispano, decide intentar enmendar todo el daño que la plebe romana estaba sufriendo, presentándose a los comicios anuales para ser elegido como tribuno de la plebe, puesto político de gran relevancia y de carácter sagrado con el que se pretendía limitar el poder del senado. Tiberio se presenta con un programa lleno de reformas esperanzadoras para la ciudadanía romana, entre la que cabe destacar su Rogatio Sempronia, que contenía lo siguiente:

- Cada poseedor de tierra estatal, Ager publicus*, solo puede mantener una propiedad de 500 yugadas de extensión, con un aumento de 250 más por cada hijo hasta un máximo de 1000 yugadas por familia.

- En base al anterior punto, el restante de esta tierra deberá restituirse a dominio público, que se encargará de distribuirla a los ciudadanos pobres con carácter hereditario y con la prohibición expresa de vender tales tierras.

Esta postura política de Tiberio y sus seguidores los enemistó profundamente con el senado y los grandes propietarios, mientras que el mayor de los Graco envalentonaba a la plebe con discursos como el que recoge Plutarco:


Las bestias que discurren por los bosques de Italia, tienen cada una sus guaridas y sus cuevas; los que pelean y mueren por Roma sólo participan del aire y de la luz, y de ninguna otra cosa más, sino que, sin techos y sin casas, andan errantes con sus hijos y sus mujeres; no dicen verdad sus caudillos cuando en la batalla exhortan a los soldados a combatir contra los enemigos por sus aras y sepulcros, porque de un gran número de romanos ninguno tiene ara, patria ni sepulcro de sus mayores; sino que por el regalo y la riqueza ajena pelean y mueren, y cuando se dice que son señores de toda la tierra, ni siquiera un terrón tienen de propio


Los aristócratas contraatacan sobornando al segundo tribuno de la plebe, Octavio, el cual posee potestad jurídica para vetar la proposición de ley de Tiberio. Pero este acaba sobreponiéndose a la adversidad y termina siendo nombrado tribuno de la plebe el 134 a.C, con el recelo hostil de la curia romana.

Tiberio implanta su Rogatio Sempronia, llamada en este momento Ley Sempronia, y al término de su año de tribunado sintiéndose seguro y arropado por sus seguidores, se postula para un segundo mandato, algo nunca visto hasta el momento en la república. La tensión entre partidarios y enemigos de la reforma es tal que hay que suspender una reunión de la asamblea. Al día siguiente, los favorables ocupan la plaza del Capitolio, donde debían llevarse a cabo los comicios. Al mismo tiempo, en el templo de Fides, se reunía el Senado. En la asamblea, Tiberio hizo un gesto indicando su cabeza, lo que fue usado como pretexto por sus enemigos para informar al Senado que pretendía la corona. En ese momento, gran número de senadores encabezados por el Pontifex Maximus, Escipión Násica, se lanza sobre la plaza y causa una verdadera masacre. Tiberio, cuyo cuerpo queda tendido a los pies de las estatuas de los siete reyes de Roma, y 300 de sus partidarios, son asesinados y sus cuerpos arrojados al Tíber.

La lucha por el poder había llegado a cotas inverosímiles, y esta confrontación no haría más que tambalear los mismísimos cimientos de la república romana, convirtiéndose en el principio del fin de una era ya caduca. Con todo lo que esto conllevaría para el futuro devenir de Roma.

Nota para los estimados lectores, dado que el tema a tratar en el artículo que nos concierne es sumamente cuantioso y rico en matices, me veo obligado a dividirlo en dos partes; para que así la lectura pueda ser enriquecedora a la par que agradable. En la segunda parte trataremos la figura de Cayo Graco, uno de los grandes oradores de la antigua Roma y maestro del simbolismo político, que llegará más lejos que su hermano motivado por un ansia de justicia por la deshonrosa muerte de Tiberio.


Glosario

- Carthago delenda est: Cartago debe ser destruida.
- Ager publicus: tierra de dominio público.

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