Memento Mori, cap IV - Acta est fabula








Hacienda de Damófilo, a las afueras de Morgantina. Sicilia, Enero 135 A.C, momentos después del espectáculo de Eunoo.

Adama corría de un lado para otro, cuchillo en mano, dando muerte a cualquier guardia que estuviera malherido, que no eran pocos. La carnicería que se había desatado en la domus tras el espectáculo de Eunoo la recordaría el resto de su vida. 
Ya no tenía miedo, todo lo contrario. El atroz temor que sufrió  y que le acompañó durante años en aquella hacienda siciliana tornó en ira descontrolada y ansias de venganza. Sentía que no sería la misma nunca más, que no habría vuelta atrás. No, no la habría, pensaba Adama mientras observaba la cabeza de su antiguo amo coronando la puerta de entrada de la domus.
El anterior escándalo y griterío se había tornado en silencio sepulcral. Los sonidos ásperos de metal contra metal cesaron con el amanecer, cuando todos los guardias de Damófilo fueron primero apresados, y masacrados en su mayoría, horas después. El alba trajo consigo una extraña sensación de paz pero también de desasosiego, la incertidumbre de muchos esclavos al ver a su amo muerto presagiaba un futuro incierto cuanto menos.
-Muévete, vejestorio. Hoy vas a pagar por todo lo que nos hiciste- Se escuchaba gritar a Aqueo mientras arrastraba al anciano Spurio por el suelo del ensangrentado atrio.
-¡No sabéis lo que estáis haciendo! Locos, dementes, colgarán vuestras cabezas de una pica mas pronto que tarde- Llegaba a vociferar Spurio con sus últimas fuerzas.
El que fuera mano derecha de Damófilo durante todos estos años, se encontraba ahora contra la espada y la pared. Esclavizado desde su niñez, Spurio fue ganándose la confianza de su amo al confesarle todos los secretos y pareceres de sus compañeros de condición, hasta que se convirtió en atriense* de facto. Era curioso como la presa podía convertirse en depredador, pensaba Adama, emulando la crueldad de su amo. Sin duda tendría su merecido esa soleada mañana de invierno, en la que para algunos sería el inicio de una nueva vida y para otros el final de la suya.
-Póstralo ante mi, querido Aqueo- dijo, de forma casi solemne Eunoo.-Hoy la diosa Atagartis exige su venganza.- Y se enfundó, el ya autodenominado líder de la revuelta, en una toga ceremonial de la domus con la que oficiaban las ofrendas a los dioses lares.
Mientras Eunoo pronunciaba palabras y entonaba cantos desconocidos para todos los allí presentes, Spurio se encontraba arrodillado ante él, cabizbajo, presintiendo su ya cercano epílogo vital. Adama quedó quieta, inmóvil ante todo lo que sucedía en el atrio de aquella maldita domus, fascinada con lo que estaba observando. Los sonidos en lengua extranjera que emitía Eunoo, junto con el contorneamiento de su cuerpo, enfundaba en un halo de misterio y magia el amanecer de aquel extraño día.
En mitad de todo aquel ritual, de súpeto, la luz del sol se apagó. El paso de una enorme nube se interpuso entre los calurosos rayos de luz y el atrio de la domus, bajando la temperatura de la misma y provocando asombro hasta a los más agnósticos del lugar. La cara de Eunoo se había tornado fría, distante con todo lo que acontecía, con los ojos en blanco y empuñando una pequeña daga en su mano diestra. Se escuchó, levemente, un sonido cortante, como si de un latigazo de viento certero resonara en el patio. El cuerpo de Spurio golpeó, sin clemencia, el frío suelo del atrio, dejando un ligero rastro de sangre que emanaba de su yugular.
La luz volvió a precipitarse sobre la domus, y con ella los ojos de Eunoo se tornaron vivaces, penetrantes e indomables. La profundidad de aquellos ojos claros como el agua inundaron de júbilo y esperanza a todos los esclavos allí presentes.
-¡Por Atargatis, que empuñó esta daga para liberarnos del yugo de nuestros amos, yo, Eunoo de Apamea, os declaro hombres y mujeres libres, compañeros y compañeras de viaje que hoy inicia, bajo el amparo de Atargatis, en pos de los designios divinos que debemos cumplir!- Y levantando en jarra los brazos hacia la fresca luz solar de la mañana, Eunoo fue aclamado por todos los antiguos esclavos de la hacienda de Damófilo.
-¡Eunoo, liberatoris! ¡Atagartis deam!- Gritaban, con Aqueo a la cabeza de todo este entusiasmo popular.
El júbilo y frenesí corrían como bueyes desbocados por las venas de Adama. En todos estos años que fue esclava en la hacienda nunca se pudo imaginar, ni en el mejor de sus sueños, que llegaría el día en que volviera a sentirse feliz. Esa mañana ofrecería los mejores tributos que pudiera a los dioses, a aquellos que durante tanto tiempo fueron su única vía de escape del presente que la amordazaba y retenía entre cuatro paredes. 
-¿Cuantos hermanos hemos perdido, Aqueo?- Preguntó Eunoo a su fiel seguidor.
-Estamos en ello, aunque por ahora hemos contado cuarenta caídos y otros tantos heridos.- Confirmó Aqueo, uno de los pocos que tenía cierta experiencia en ámbitos militares en la hacienda.
-De acuerdo. Prepara a los heridos y a los demás para la marcha. Debemos movernos cuanto antes, pronto se sabrá de lo sucedido aquí y debemos estar lejos- Sentenció Eunoo.
Aqueo se dispuso a lo encomendado. No resultaba complicada la tarea, al fin y al cabo lo que definía a los esclavos era su costumbre a recibir y ejecutar órdenes. Y eso no iba a cambiar de la noche a la mañana.
De repente, el lloro de una niña se escuchó en toda la hacienda y alarmó hasta al propio Eunoo, que raudo se presentó en el habitáculo de donde provenía el molesto ruido. Escondida, detrás de una estatua de la diosa Venus, se encontraba la pequeña hija de Damófilo, la dulce y siempre gentil Olivia. ¿Cómo había salido ilesa de la masacre? A saber, pero había que otorgarle cierta pericia a la pequeña.
-Por todos los dioses, ¡a quién tenemos aquí!- Enfatizó Eunoo, de forma jocosa.- La pequeña Olivia. Siento que tuvieras que ver todo esto, el mundo de los adultos a veces resulta algo tumultuoso.-
-Quiero... donde est... Por favor, no me hagáis daño.- Llegó a verbalizar la pequeña hija de Damófilo.
Una gran carcajada de Eunoo resonó el el habitáculo, seguido por otras tantas de los rebeldes allí presentes.
-Querida Olivia.- Le dijo casi susurrando Eunoo mientras se agachaba junto a la pequeña.- Nosotros somos pacíficos, solo que a veces la noche puede ser traicionera y lúgubre.
La sonrisa que brotó de la cara de Eunoo hacia la pequeña Olivia aterró a la hija del difunto esclavista, dejándola inmóvil durante varios segundos en el suelo. El futuro sería incierto para una persona más a partir de ahora. Un destino que presagiaba la mayor de las gestas o la peor de las muertes, sacudiendo para siempre los cimientos de la poderosa pero inestable Roma.

Glosario

Atriense: El esclavo de mayor rango y confianza en una domus romana. Actuaba como capataz supervisando las actividades del resto de los esclavos y gozaba de gran autonomía en su trabajo.

Comentarios

  1. Lo había leído en el arpad y como te decía entonces, veo que has encontrado a tu protagonista femenina,

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