La España trágica

Duelo a garrotazos o La riña, Francisco de Goya


Pocas obras pictóricas en la historia universal pueden ser tan insignes sobre la esencia de un pueblo. ¿Pueblo? Igual ya empiezo a embarrarme con este tipo de declaraciones. ¿Pueblo de pueblos? ¿Qué es España? ¿Realmente interesa responder a esta última pregunta? A lo largo de los siglos pasados, muchas personas intentaron plantearse esta cuestión, y no pocas salieron malparadas. Dijo Estanislao Figueras, primer presidente de la efímera I República de 1873, momentos antes de dimitir en su último consejo de ministros:

Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!

Si echamos la vista atrás podemos observar el carácter eminentemente belicoso de los pueblos de la península ibérica. Numerosos autores grecolatinos recogieron en sus textos ejemplos de esto, desmitificando el que conocemos a día de hoy como buen salvaje, aquel individuo que en plena comunión con la naturaleza y su entorno vive en paz con los y lo que le rodea. Estrabón, historiador y geógrafo griego de la antigüedad, describe el genio de los pueblos celtíberos como guerrero y leal. Los súbditos de un jefe tribal ibero seguían a este a la batalla con entusiasmo, hasta tal punto que si el líder caía en la refriega, el lazo que les unía obligaba a sus seguidores a compartir la misma suerte, ya sea muriendo en el combate o suicidándose. Esta lealtad ciega e irracional sorprendería tanto a cartagineses como a romanos.

Pero no perdamos el asunto. ¿Qué es España? ni siquiera los historiadores tienen un acuerdo unánime en esta cuestión. Algunos se remontan al reinado de Leovigildo (568 - 586 d.C) en el que, después de una serie de guerras y conquistas, se proclama rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis, formando así el reino visigodo en la península. Por otra parte, algunos sitúan el origen en el primer reino astur que se dio años después de la victoria en la mítica batalla de Covadonga del 718 d.C, siendo esta fecha motivo de controversia junto con la existencia de la figura de Don Pelayo.

En todo caso, el punto de inicio que goza de mayor consenso entre los historiadores modernos como conformación del estado español como tal es el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, de sobra conocido. Bien, la unión de los mayores reinos de la península se hizo efectiva, junto con la posterior conquista del reino de Navarra a principios del siglo XVI; pero no con ello las diferencias tanto políticas como culturales entre territorios. Tanto Castilla como Aragón siguieron funcionando como entes diferenciados, al menos en su inicio. También cabe decir que el reino de Castilla añadió el reino de León en la figura de Fernando III "El Santo" dos siglos atrás, conque podemos observar el elevado número de reinos y entes políticos distintos en la península, con características distintas entre los mismos.

Más tarde, bajo la dinastía de los Habsburgo, lo que era un reino se convirtió en un imperio bajo el cual convivieron, en muchos casos de manera convulsa y hostil, numerosos pueblos tanto en Europa como en el nuevo mundo. La conquista y colonización de estos últimos territorios, las Indias, daría para otro artículo, pero he de intentar centrar la cuestión. Quien me haya leído con anterioridad sabe de sobra mi defecto de divagación y explicación ad infinitum con temas que no se atañen al asunto.

Lo que intento desarrollar es que España es, a lo sumo, un ente abstracto. Es un término que engloba características que todos y todas conocemos, que podemos relacionar entre si, pero que no explican o determinan el carácter de un pueblo, de una gente, de un sentir concreto. Se convierte entonces en un concepto de radical generalidad, del cual saco mis propias conclusiones:

- No hay cabida para un sentir español único.

- Este carácter multi-dimensional resulta conflictivo a priori.

- El intento de centralización política solo puede ser síntoma  de preponderancia de un sentir  respecto a los demás.

La historia moderna de España es sumamente difícil de entender si no tratamos de explicar los distintos sentires de cada uno de sus pueblos. Con esto no quiero desdeñar otro tipo de factores que influyeron e influyen actualmente en cada agente político, cultural y social, tanto internos como externos.

La trágica guerra civil española fue el culmen, el árbol que una vez fue semilla y del cual era difícil pronosticar su crecimiento. La polarización, la intransigencia y el odio al diferente fue combustible para el conflicto, en el cual los motivos del mismo fueron formándose muchos años atrás. Resulta deleznable que aún a día de hoy se hable de la guerra civil con tan poca idea, conocimiento y vergüenza. Que en nuestro presente nos sigamos creyendo los discursos partidistas de uno u otro bando, sin tratar de conocer la verdad sobre el asunto, nos define como una sociedad de tres al cuarto. La dialéctica del bueno y el malo ha calado hondo en nuestro inconsciente colectivo, como si la historia se pudiera conocer en mítines o debates de televisión vacíos de contenido pero repletos de soflamas.

Nací en Madrid, soy gallego y tengo lazos profundos con el País Vasco. Creo profundamente que la ingente diversidad  lingüística, cultural, gastronómica como de otros factores, debe ser nuestra virtud, no defecto. Nuestro orgullo, no vergüenza. El concepto España actualmente es trágico, y sobran razones para ello. Si España no acaba convirtiéndose en un refugio donde todos y todas podamos sentirnos representados, respetados y admirados, volverá a predominar un sentimiento patriótico sobre los demás, llevando a cabo de nuevo la opresión y menosprecio al que estamos acostumbrados. 

Pero ¿Se ha de tener esperanza en un país que tiene bajo una cuneta, desde hace más de 80 años, a uno de sus mejores literatos? 

Nada turba los siglos
pasados.
No podemos
arrancar un suspiro
de lo viejo.
El pasado se pone
su coraza de hierro
y tapa sus oídos
con algodón del viento.
Nunca podrá arrancársele
un secreto.
Sus músculos de siglos
y su cerebro
de marchitas ideas
en feto
no darán el licor que necesita
el corazón sediento

               
                               EL PRESENTIMIENTO (Libro de Poemas, 1921) García Lorca

Lo sé, querido Federico. Pero cuesta, cuesta mucho...

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